Pensamiento suicida

80 LUZ DE LOURDES EGUILUZ ROMO Conceptualmente se ubica en la noción de representaciones sociales, las cuales “constituyen la designación de fenómenos múltiples que se observan y estudian a variados niveles de complejidad individuales y colectivos, psicológicos y sociales” (Jodelet, 1986, p.78); también es una unidad de enfoque cuyas raíces se encuentran en el concepto de representación colectiva de Émile Durkheim, el cual fue reelaborado por Serge Moscovici y ha tenido acogida en todas las ciencias sociales. Así pues, se entiende que la pareja y la familia son sistemas dinámicos complejos que van modificando su estructura a lo largo del tiempo. La estructura familiar, como diría Salvador Minuchin (1983), se forma mediante múltiples interacciones entre los individuos del grupo. Hay cambios cuando nacen los hijos, cuando se incorpora la abuela que ha quedado viuda, cuando los hijos crecen y se van de casa para estudiar o se casan, cuando uno de los padres muere, o cuando la pareja se separa o uno de los integrantes vuelve a casarse; todos estos son acontecimientos que podemos considerar como crisis, porque transforman no solo la estructura sino la vida entera del grupo familiar. Estos cambios generan crisis, pero como señala Linares (2012), algunas de esas crisis fortalecerán al sistema, y otras, si no se atienden debidamente, pueden llegar a romper la estructura familiar, separando a los miembros que conforman el sistema. Las heridas emocionales son memorias profundas de dolor que llevan a reaccionar incluso de forma inconsciente y que afectan la vida cotidiana. Esas heridas tienen que ver con el abandono, la humillación, el rechazo o la injusticia que podamos haber vivido en la infancia. Todos estamos expuestos a este tipo de heridas, el problema es no darse cuenta de cómo nos afectan y, por lo tanto, no trabajarlas. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), en México hay aproximadamente 46 millones de familias que, como hemos señalado, continúan perpetuando esos problemas, pues solo un pequeño porcentaje se implica activamente en los tratamientos de sus hijos cuando estos comienzan a presentar conductas problemáticas. Involucrar a estos grupos familiares es un reto que favorecerá el buen pronóstico. Desafortunadamente, muchas de esas familias se encuentran en pobreza extrema, de modo que se ven impedidas de acceder a tratamientos caros o terapias de muchas semanas de duración. Ser pobre puede empeorar la salud física y mental, y además hace difícil la asistencia con un profesional reconocido, por el alto costo que esto implica.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTI3NTM=