Estrés postraumático causado por sismos Bases teóricas 110 a) capacidad de control que tiene la persona sobre la propia situación, b) capacidad de predecir el hecho y c) amenaza percibida. Así, el impacto psicológico estará mediado por la intensidad-duración del hecho y la percepción del evento estresante, el carácter inesperado del acontecimiento, el grado real de riesgo experimentado, las pérdidas sufridas, la historia de victimización, así como el apoyo social percibido y los recursos psicológicos de afrontamiento. Por fortuna, la mayoría de las personas expuestas a un suceso traumático logran recuperarse con el paso del tiempo; ello dependerá del tipo de suceso traumático y de las características psicológicas de la víctima. No obstante, una minoría presenta síntomas del trastorno por estrés postraumático (TEPT) que, en ausencia de un tratamiento eficaz, pueden multiplicarse con un efecto en cascada hasta el desarrollo de una alteración psiquiátrica seria y persistente. Se estima que una de cada cuatro personas manifiesta un TEPT después de un suceso traumático (Cia, 2001). La población que presenta algún trauma puede variar entre 15% y 20% (Echeburúa, 2004; Foa, Rothbaum, & Furr, 2003; Medina-Mora et al., 2005) después de haber sufrido un accidente o una catástrofe natural, mientras que el porcentaje puede elevarse hasta 50% o 70% en quienes han presenciado un hecho violento, como en el caso de soldados en guerra, víctimas de terrorismo, violencia familiar, agresiones sexuales y secuestro. En Estados Unidos, la prevalencia estimada a lo largo de la vida en población adulta es de 8% (APA, 2000). Otros estudios indican que entre 1% y 3% de la población general presentan TEPT tras haber experimentado acontecimientos traumáticos, y entre 5% y 15% presentarán formas subclínicas del trastorno (Kaplan, Sadock y Grebb, 1996; Paunovic & Öst, 2001). En México, se ha informado que la prevalencia de TEPT ante desastres se encuentra entre 2.3% y 3.6% (Medina-Mora et al., 2005; Orozco et al., 2008). En un estudio realizado por Tapia et al. (1987) con población que se ubicaba en albergues de la Ciudad de México tras los sismos de 1985, se detectó que
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